Volando con un cortauñas

Volando con un cortauñas

Iba en automóvil paseando por una carretera del norte. No iba a ninguna parte concreta. El invierno estaba acabando y yo trataba de disfrutar con la subida de las temperaturas de aquella semana. Hacía un rato que me sentía molesto por lo que me detuve al borde de la carretera para hacer aguas menores. Era un lugar despoblado por lo que me dirigí a un roble grueso, junto a la carretera.

No circulaba nadie por estos parajes, pero necesitaba ocultarme discretamente. De niño, me inculcaron un exagerado sentido del pudor. De regreso al coche, observé un reflejo metálico entre la hierba. Me fijé en él, pues tengo la manía de recoger cualquier cosa que encuentro y examinarla por si tuviera algún valor o utilidad. No es extraño que alguien me vea agacharme para recoger del suelo una monedita de escaso valor.

El objeto hallado parecía un cortauñas pero… no sé si debo decirlo. Tenía toda la forma de un cortauñas pero me di cuenta que le faltaba la parte esa del corte. Me extrañó bastante esta cosa y por ello me vino a la mente que se trataba de un ‘artilugio’. Observando en detalle me doy cuenta que tiene una parte redondeada en la base, como una moneda grande. Me quedé sorprendido que no lo hubiera visto antes. ¿Acaso cambiaba de forma? Esto despertó mi interés y decidí guardar la cosa. De un modo inconsciente, mi mano le daba vueltas a la cosa entre los dedos. Al principio no me di cuenta de un extraño calorcillo que desprendía aquello y que me invadía todo el cuerpo.

Entré en el coche y deje el aparatito sobre el asiento de al lado. Decidí seguir la ruta y me puse en marcha. A los pocos segundos note que la temperatura del cuerpo volvía a ser normal. No llevaba mucho recorrido cuando empezó a perseguirme la idea de que aquello no era de verdad un cortauñas, pues le faltaba la parte esencial para cortar. Debía poner atención a los detalles de la carretera, pero no podía quitarme de la cabeza aquel artilugio extraño.

Pronto vi como a doscientos metros una curva y unas casas. Al acercarme vi que había allí un espacio suficiente para aparcar el coche. Tenía que examinar el aparatito con más detenimiento. No sé de donde saqué que se trataba de un cortauñas. En verdad que se parece solo un poco, pero debe ser un artilugio diferente, pues al cogerlo en la mano tienes una sensación rara que se apodera de ti. Notas que el objeto tiene una cierta temperatura o, más bien, que te transmite como una sensación de calor. Sabes que no debes apretar esa palanquita, pues puede ocurrir cualquier cosa inesperada. Lo sabes, pero, ignoras el modo de evitarlo. Sientes un impulso incontrolable y decides pulsar aquello un poco. Pero, tranquilo, lo voy a hacer con mucho cuidado. Estoy expectante. Algo va a ocurrir. Grande es tu sorpresa cuando veo que me levanto en el asiento dentro del coche. ¡Carajo, estoy levitando! Notas que te balanceas en el aire y que te golpeas suavemente la cabeza contra el techo del automóvil. Según aprietas más o menos el artilugio, subes o bajas. Sientes una gran emoción, tienes el pecho como hinchado y oyes en tu interior el ruido del corazón latiendo con fuerza. Pum, pum, pum, pum. Tienes una sensación de incredulidad. No puedes pensar en nada racional porque la emoción te tiene bloqueado el cerebro. Esto no es normal. Sabes que no es normal. Pero ves que está ocurriendo. Tienes temor de que alguien pueda verte haciendo estas raras maniobras; podrían pensar que estás loco. Dejo de pulsar la palanquita del artilugio y me caigo sobre el asiento del coche. No me lo puedo creer. Esto no me ha ocurrido. Me siento nervioso. En mi familia no hay antecedentes de locura. Bueno, no la hay si exceptuamos el caso de la tía Alicia. Pero, en realidad, ella ni siquiera es mi tía. Reconozco que la llamamos tía Alicia, pero solo es tía de mi padre. Decían que Alicia era una cabra loca. Recuerdo que se vestía de modo extravagante y los parientes siempre decían en voz baja algo sobre ella. Decían que estaba como una cabra, pero nunca estuvo en tratamiento psiquiátrico. Nada de depresiones, ni manías persecutorias. Yo creo que la tenían por loca porque parecía ser feliz. Y lo peor es que no se lo callaba. Que estas cosas son como vergonzosas, digo yo. Que se puede alardear de padecer depresiones o de tener jodido el hígado o el riñón, pero andar por ahí dando voces porque eres feliz… pues eso es una excentricidad inadmisible. O sea que Alicia estaba como una puta cabra.

Yo no estoy loco. Eso está claro. Así que salgo fuera del coche para estirar las piernas y respirar aire fresco. Dejo el ‘artilugio’ sobre al asiento del coche.

Al respirar aire fresco, siento que me calmo un poco y el corazón me vuelve a latir con normalidad. Miro el paisaje. Se empiezan a ver florecillas. La hierba está brotando con ganas desde que subió la temperatura estos últimos días. Se ven algunos pajarillos revoloteando entre las ramas desnudas de unos árboles al otro lado de la carretera. Deben ser pájaros madrugadores. Me fijo en las casas y parece que no hay nadie en ellas. Son cuatro casas de una sola planta con tejado y están pintadas de blanco. Las ventanas están cerradas y parece que precisan otra mano de pintura. Se me ocurre que estas ventanas nunca se abren o cuando menos se abren tan poco como sea posible.

Vuelvo a mirar a la hierba e intento distraerme con las cosas del mundo, pero no puedo olvidarme del dichoso artilugio que dejé en el coche. Me resisto a volver a cogerlo. Debo tener fuerza de voluntad para dominar mis impulsos. Si me ven jugando con esa cosa van a pensar que estoy loco.

Tengo una gran voluntad pero si me resisto por más tiempo voy a tener que quedarme en este sitio para siempre. Estoy aquí mirando esas cuatro casas, la hierba verde y esos árboles de ahí al lado. Veo los pajarillos revoloteando que esperan a ver si esta mejoría del tiempo aguanta. Miró a las montañas de allí; aún tienen algo de nieve en lo alto. De cuando en cuando me viene a la mente la imagen del artilugio que hay en el asiento del coche. No me puedo quedar en este sitio para siempre. Aquí no tengo donde vivir, ni un sitio para dormir. Decido volver al coche y marcharme. Al sentarme siento de nuevo la ‘presencia’ del artilugio que lo invade todo. Siento que altera todas las células de mi cuerpo. Cuando estaba fuera había pensado coger este artilugio y tirarlo por la ventanilla, para que no me afecte los nervios. Pero ahora estoy seguro de que no puedo hacerlo. No puedo tirarlo. No entiendo como alguien pudo tirar esta cosa. Todo esto que me pasa es mentira. No ocurrió nada. Realmente no ocurrió. Si cojo eso en la mano no va a ocurrir nada. He sufrido una alucinación. Cojo esa cosa en la mano siento que el cuerpo eleva su temperatura. Esto no puede ser. Esto es falso. Me estoy dejando sugestionar por esta cosa. Esto no es otra cosa que un objeto inanimado. Y yo no estoy loco. Si aprieto esta cosa no va a ocurrir nada. Solo es un cortaúñas averiado. Aprieto suavemente el artefacto y noto que empiezo a levitar. Esto no es posible. Estoy no puede estar ocurriendo. Algo algunas maniobras de ascenso y descenso, giro un poco a la derecha y a la izquierda. Siento que le corazón me late con fuerza y está a punto de estallar. Empiezo a sospechar del coche. Hay algo en el coche que me hace ver visiones. Cuando estaba fuera no me pasaba nada.

Salgo fuera del coche. Todo vuelve a la normalidad. Mi corazón está ya tranquilo y la temperatura se normaliza. ¿Ves? No me pasa nada. No son sino alucinaciones mías. Hay algo en el coche, algún gas, alguna emanación nociva que altera mis facultades mentales. Estas cosas ocurren por culpa de la polución atmosférica. Para probar este punto abro la puerta del coche y cojo el cortauñas. No es más que un cortauñas un poco mellado. Trato de cortarme un poco las uñas para verificar su normalidad. Bueno. Esto es algo raro pues le falta la parte del corte. Ahora noto que la temperatura de mi cuerpo sube de nuevo y el corazón vuelve a latir con fuerza. No es posible. No estoy alucinando. Si aprieto esto no puede ocurrir nada. La levitación no existe. Solo es una fábula de místicos y monjes tibetanos. Aprieto el artilugio para dar certidumbre a mi razón. Todo esto no es más que una experiencia subjetiva, una experiencia fuera de toda razón.

Veo con sorpresa que me elevo por los aires suavemente. Pero me invade una euforia extraña y disfruto al ver como floto. Luego me desplazo suavemente por encima de la altura de los tejados de las casas. Ya puedo ver los patios traseros pero no quiero subir tanto. No es prudente subir tanto. Pues dice el refrán, cuanto más subas más fuerte será la caída.

Me deslizo suavemente a pocos metros por encima de los tejados. Me veo fisgoneando un patio trasero desde lo alto. Veo como una jaula grande y casi sin darme cuenta aterrizo allí. La jaula está hecha con varas cruzadas de avellano y esto me extraña mucho pues hay conejos dentro. ¿No son roedores los conejos? Examino la jaula con cuidado y no veo señal alguna de que los conejos hayan roído los barrotes de avellano. El patio está lleno de cosas extrañas. Restos de piezas de baño viejas, una bañera con algo de agua y algunas larvas de mosquitos que suben y bajan, un inodoro, un lavabo, una silla balancín con la malla rota. Me vuelvo para inspeccionar la jaula de los conejos y aparece una señora de edad mediana que me pregunta bruscamente:
–¿Qué hace usted aquí, joven?
–Verá, señora. No sabría como explicarle…
–¡Manolo! Ven enseguida que tenemos aquí a un ladrón.
No, señora. No soy un ladrón. Yo solo…
En estas aparece Manolo con una escopeta y cara de muy malas pulgas.

–¡Qué hace usted aquí!
–Ya trataba de explicarle a su mujer que…
A ver si me lo explica antes de que le pegue un tiro.
–Yo llegué… volando.
¿Volando? De verdad que vas a volar cuando te pegue un tiro.
Verá usted, señor. Este aparatito que tengo aquí…
Y yo le enseño mi cortauñas volador. El hombre me mira con una sonrisa irónica.
–Creo que podré explicarle lo que me pasa.
–Este pequeño dispositivo… es tal que cuando yo lo pulso así…
¿Te vas a creer todas esas tonterías, Manolo?
–¡Pero, señora, es verdad! Mire, mire usted como levito.
Pulso la cosita y empiezo a ascender suavemente por el aire. Veo la cara de asombro del hombre que se transforma en una mueca de cólera.
–¡No te creerás que vas salir de aquí tan fácilmente! –me dijo.
Veo que me apunta con la escopeta. Imagino que me va a disparar.  Si antes tenía algún reparo en disparar, ahora que me ve flotando en el aire, seré como un pato gigante.  Se creerá con derecho a cazarme a tiros aunque no este libre la veda de cazar patos. Me siento desesperado. 
Al fin y al cabo un ladrón volador es más peligroso que un ladrón pedestre. 

Si le dispara a un ladrón pedestre tendrá que responder a un buen número de preguntas. Él lo sabe. Pero, si uno le dispara a un ladrón volador… ¡bah! Eso no es nada. ¿Quién le iba a pedir cuentas por que le pegues un par de tiros a un ladrón volador?

Estoy asustado por el gesto homicida del cazador y pulso el aparatito con fuerza a ver si salgo de allí y me alejo.  Siento una fuerte aceleración y salgo volando por el aire al tiempo que oigo un disparo de escopeta. ¡Pum!  Luego, cuando ya estoy algo más lejos oigo otro tiro más, ¡Pum! Me libré por los pelos. Pude oír el silbido suave de los perdigones volando.

Ahora voy simplemente volando por el aire. Veo que dejo a lo lejos las casas y que mi coche se quedó allí aparcado. Veo los árboles con las primeras hojas y la carretera que serpentea para eludir las colinas. Simplemente estoy volando. Estoy un poco nervioso porque soy novicio en esto de volar. Pero, el aire fresco me va dando en la cara y se me está enfriando el pecho. Debo abrigarme para no coger un resfriado. Siento que el corazón se me va calmando y el calor ese que me provocaba el aparatito al principio ha desaparecido. Más bien ahora siento frío. Trato de abrigarme desdoblando las solapas de mi chaqueta con la mano izquierda, mientras sostengo en la derecha el artefacto prodigioso que me permite volar. Me doy cuenta que si dejo caer este aparato al suelo me voy a dar un golpe mortal. En un caso así no podrías contárselo a nadie. ¡Plaf! Te quedas hecho papilla. Los periódicos dirían: Un joven aparece muerto en el campo en extrañas circunstancias. El estado de su cuerpo nos hace pensar que se cayó desde una gran altura formando un cráter de modestas dimensiones.

Mientras vuelo por los aires, oigo unos débiles sonidos musicales. Oriento mis orejas para saber de donde viene el sonido. Más bien se oye el sonido de un tambor, pum, pum, pum, que acompaña a unos retazos de melodía que se pierden por el espacio. A veces parece que se oye el sonido de una trompeta y me dirijo en esa dirección. Creo que daré con el lugar.

De momento voy volando y tratando de no perder la fuente del sonido. Debe haber una verbena en alguna parte. Me resulta extraño este asunto de la música porque aún no ha empezado la temporada de las verbenas. Pero si vas volando por los aires tampoco puedes tener pensamientos racionales. Una vez que vuelas de este modo puede ocurrirte cualquier cosa y no debes extrañarte para nada.

Al fin cruzas volando por encima de un monte y ahí esta todo. La fuente del ruido musical, los tejados de las casas, una plaza amplia con algunos árboles y mucha gente. Me fijo y veo la pequeña orquesta tocando. Un joven toca la trompeta, otro una especie de batería con un gran tambor. Este es el origen del acompañamiento, pum, pum, pum. Saxofón, clarinete y tuba. Una orquesta completa. No se puede pedir más. Aterrizo discretamente detrás de la gente; no deseo llamar la atención. Me acerco andando hasta un grupo de personas. Hay un par de muchachas contemplando el baile. Me acerco a ellas. Puedo ver el perfil de una que tiene unos pectorales de tamaño gratificante. Me fijo por detrás y también se observan unas protuberancias agradables. Siento un gran confort y una hinchazón placentera. Deseo quedarme allí, junto aquellas chicas.
–Buenas tardes, les dije.
–Buenas tardes.
Respondieron ellas al tiempo que fingían desinterés.  Pero, se separaron un poco como para dejarme sitio entre ellas.
–¿Eres forastero?
–Sí,  les respondí.
Al verme entre aquellas mozas rotundas sentí una especie de plenitud, cosa que raramente se  menciona por discreción. Notaba mi pecho henchido y dominado por fuerzas incontrolables. Una de las muchachas se dio cuenta que la miraba. Unas veces la miraba por delante y otras la miraba por detrás. Ella parecía satisfecha con mis observaciones visuales y yo también. Al mismo tiempo, me estaba resistiendo a un impulso irracional de darle unas nalgaditas en el trasero con mi mano pecadora.
En esas estaba cuando apareció un mozo, con estructura corporal de mulero o levantador de piedras colosales, que nos dirigió unas miradas asesinas.
–¡Ya estás otra vez ligando, no! –Y añadió para darle más fuerza a sus palabras llenas de rabia. —¡Te voy a romper la cabeza, forastero de mierda!
Vi que se acercaba con ánimo belicoso y antes de que pudiera reaccionar recibí un fuerte puñetazo en la mandíbula.  Me veo en el suelo y el mulero está esperando que empiece a levantarme del suelo justo para tener un pretexto de tumbarme otra vez de otra hostia.

Al ver que me miraba el mulero con cara de bestia agresiva me di cuenta que no había venido a este mundo para recibir más golpes. De modo que busqué el artefacto milagroso en el bolsillo del pantalón, lo pulsé y salí disparado hacia arriba delante de toda aquella gente.  Los que estaban cerca se percataron del incidente y me vieron flotando por encima de sus cabezas y me miraban pasmados.

Yo sentía un gran alivio por haber podido salir con bien de esta aventura. Mucha gente me miraba con cara de incredulidad como si estuvieran viendo un ovni. Imagino que algunos empezaron a pensar mal de la cerveza que se vendía en aquel tenderete. Allí había mucha gente con una botella de cerveza en la mano mirando hacia arriba con cara de incredulidad. Y justo al lado, los que comían perros calientes estaban igual de pasmados. La misma orquesta empezó a sentirse afectada y perdió el ritmo de la melodía. El trompeta fue el primero en sentirse afectado y se fue atrasando. Sucesivamente, los demás instrumentos se fueron callando uno tras otro. Hubo un momento en que toda la orquesta estaban mirando hacía lo alto y luego la gente del baile fue volviendo la cabeza para mirarme. Yo andaba un poco despistado bamboleándome en el espacio de un lado para otro. Pero me di cuenta que estaba dando un espectáculo poco edificante. Esto era un mal ejemplo para los jóvenes, los menores y las gentes con pocas luces. Así que decidí marcharme del lugar inmediatamente. Espero que mañana esta gente lo habrá olvidado todo, un poco por vergüenza. Que no va uno por la vida recordando cosas como para avergonzarse de sus facultades mentales.

Me di cuenta que en tan poco tiempo había oscurecido. Debo reconocer que no me parece decente ir de noche volando por lugares desconocidos. ¿Cómo podría volver, de regreso hasta el coche que dejé aparcado allá lejos, vete a saber donde? Me sentía muy mal. Como un niño desobediente que hizo una travesura y que ahora espera las consecuencias desagradables de su mala conducta.