Querido lector:
Me presento.
Soy Pablo, tengo 14 años y seré el futuro apóstol de los gentiles como el apóstol Pablo, que llevó la luz de la fe a los pobrecitos infieles para que todos se salvaran en Jesús.
Y al igual que el apóstol Pablo, yo también me dirijo a ti por medio de esta epístola.
Te presento a mi familia.
Pertenezco a una familia afortunada de Mallorca. Bueno, muy de Mallorca tampoco somos, porque mi padre vino de Teruel y mi madre de Zaragoza. Ambos trabajaron muy duro en la hostelería, y a fuerza de ahorros y privaciones hemos conseguido tener una casa muy coqueta con dos habitaciones alquiladas a los turistas ingleses y alemanes que regresan felizmente todos los años como si fueran felices golondrinas.
En esta familia tenemos una virtud singular, pero últimamente falta alguien en esta casa que ya no la tiene esa virtud. Y esto es que “somos hermanos de la Iglesia Verdadera”, o sea, que somos Testigos de Jehová como ya habrás adivinado.
Desde ahora mismo, ruego a mis queridos infieles que nos perdonen por la cantidad de veces que nuestros misioneros han ido llamando a las puertas de vuestras casas, para difundir las Buenas Noticias del evangelio. Aunque me quedaría mejor si dijera que lo hacían para cumplir el mandato divino.
Para que me conozcan mejor, les diré que mi madre es muy sencilla y amable, como corresponde a una creyente de la verdadera fe. Realmente, no sé donde ha sacado mi madre estos modales tan cosmopolitas que tiene. Su estilo no casa nada con el de los parientes pobres que tenemos en Zaragoza. Ni tampoco nos parecemos para nada a los parientes de Teruel. Estos parientes, no sólo son zafios, sino que tampoco han querido escuchar las Buenas Noticias de Jehová, por mucho que lo hemos intentado. Hasta yo mismo, cuando tenía ochos años, llegué a echarles un bello discurso inspirado por el Espíritu Santo, para iluminar su alma con la luz de Jehová, pero no conseguí ablandar su duro corazón.
Y digo yo que… estos parientes, debido a la ignorancia cerril que padecen, nos miran con recelo porque somos miembros de la “verdadera iglesia” de Jesucristo, el Hijo de Dios. Bueno, pues ellos se lo pierden por ser infieles recalcitrantes.
Yo, realmente, no debería estar contándoles todas estas cosas. Y es que no debo realmente contarles nada. Esto me compromete, pues debido a mi edad no estoy autorizado para hablar con los infieles. Y al decir infieles, me refiero a vosotros, mis queridos lectores paganos. Y no podré realmente dirigirles la palabra hasta que no esté comisionado para venderles la Biblia o para regalarles un folleto religioso que se llama «The Watchtower.» Una palabra muy linda que en el idioma pagano de España se traduce como “La Atalaya”.
Así que ya lo saben. Tenemos apostados vigilantes en lo alto de la Atalaya, para que nos avisen de cuando vean las primeras señales de que ha empezado el Armageddon; cosa que está justo a punto de ocurrir cualquier día de estos.
Una de las cosas que hace a nuestra familia tan interesante es… que somos muy felices esperando la llegada del Fin de Mundo. O sea, que se trata nada menos que del Armageddon mismo, como ya dije. Que es así es como le llaman los entendidos. Y desde ahora mismo, también tú, mi querido lector infiel, pues ya sabes lo que te espera si no te dejas iluminar por la fe de Jesucristo.
No descarto la posibilidad de atraerte con mis epístolas, querido lector, a la casa de Jehová donde quedarás deslumbrado por la luz de la fe y las palabras de Jehová mismo.
Como podrás ver, querido lector, me estoy entrenando para ser un famoso apóstol. Quiero ser un apóstol políglota y carismático, al igual que lo era el apóstol Pablo, espejo en el que intento verme reflejado cada día cuando me lavo los dientes por la mañana y me peino antes de salir para el Instituto.
Te presento mi casa.
No quisiera ser vanidoso, al decirte que mi casa es un tanto preciosista. Tiene unos muebles que parecen de lujo, pero fueron comprados en el Corte Inglés. La casa tiene unos grandes ventanales por donde entra la luz del sol de levante. Digo yo que, aparte de tener una casa así, también tenemos un gato verdadero de Cheshire y un piano Goldenstein auténtico; aunque debo confesar que el piano es de segunda mano, pero no el gato.
Digo yo que, aunque somos de la verdadera iglesia de Jesucristo, no vamos a andar por la vida con cosas que no sean verdaderas. Y por eso tenemos un piano Goldenstein auténtico y un gato de Cheshire, también auténtico, con su pedigree que así lo certifica. Porque lo verdadero debe ser un reflejo de nuestra fe en la doctrina cierta de Jehová. Porque si las cosas que apreciamos no son verdaderas, pues serán más bien… ¿cómo diría yo? Satánicas.
Sobre la venta del piano.
El Sr. Voleur de la Fonte, nuestro supervisor, nos ha venido con la historia de que “debemos vender el piano”. Eso le ha molestado mucho a mi mamá. El supervisor vino una y otra vez, a remachar sus argumentos. Alega que vendiendo el piano tendríamos el privilegio de darle a la Iglesia todo el dinero obtenido de la venta. Y el Sr. Voleur refuerza su razonamiento alegando que eso era precisamente lo que hacían los primeros cristianos.
Y yo he estado pensando seriamente en eso, y creo este supervisor no analiza correctamente el sentido de las escrituras. Dejando a un lado el hecho de que los primeros cristianos eran unos seres primitivos… pues digo… y no creo estar exagerando… los cristianos antiguos no tenían pianos, ni gatos ingleses, ni un Volkswagen Polo, ni nada, sino una sencilla túnica. Túnica que por otra parte era necesario lavar frecuentemente con orina de caballo para tenerla siempre blanca como la nieve. Y tal era que el resplandor de la túnica así lavada que simbolizaba la luminosidad y la pureza de su fe en Jesucristo.
A medida que sigo pensando en esto asunto del piano… digo yo que… si la discusión se planteara desde la perspectiva de la fe, eso sería otra cosa. Pues nosotros en cuestiones de fe no nos quedamos más atrás de nadie, pues nos lo creemos todo. Pero, siempre que venga avalado por las escrituras. Y en lo referente a vender el piano… pues nada de nada, digo yo. Que no se dice una palabra en las escrituras. Que sí, que somos de la “iglesia verdadera”, pero no creemos en falsas doctrinas.
Hasta un niño de ocho años puede ver que la Biblia no dice nada de vender pianos, ni mandolinas, ni guitarras eléctricas. O sea que no me parece correcto que se hagan… ¿cómo se dice la palabra… es una palabra de la clase de matemáticas. Ya la tengo, “extrapolaciones”. O sea que no me parece bien que nuestro supervisor nos venga con “extrapolaciones”. Porque ya no nos vestimos con túnicas lavadas con orina de caballo. Por ejemplo, el Sr. Voleur, nuestro apreciado supervisor, con frecuencia viene vestido con alguna prenda de Armani, y eso no desdice para nada sobre la solidez de su fe; digo yo. Ni tampoco hay nada en las escrituras sobre vestirse con prendas de Armani o Versace. O sobre llevar un Rolex en la muñeca.
Si vendiéramos el piano, perderíamos una gran parte de nuestro encanto cosmopolita. Que una cosa es que seamos Testigos de Jehová, y otra muy distinta es que nos vengan con “extrapolaciones apócrifas”. Extrapolaciones que no forman parte del dogma propiamente dicho, ni se mencionan para nada en las santas escrituras, ni en el libro del Mormón. Y eso parece que está claro.
Ay! El discurso me ha quedado tan fino que ya me parezco al mismísimo apóstol. Creo que en el futuro se leerán mis epístolas y seré conocido como Pablo de Mallorca. Esta sería la Primera Epístola a los paganos españoles.
Y volviendo a lo del piano, pues creo que a cristianos primitivos no nos gana nadie. Pero tampoco podemos echar por la borda una parte substancial de nuestros modales cosmopolitas. Porque, Pablo mismo fue un hombre de mundo y un apóstol muy cosmopolita. Pues eso es lo que tratamos de ser nosotros.
Más sobre la vida en mi casa.
Volviendo a mi casa, digo algo que no se lo van a creer, además de unos gloriosos ventanales, el gato de Cheshire y el piano, os diré tenemos como un no sé qué de encantador. Yo diría que tenemos “carisma”. Exacto, esta es la palabra para definir nuestro estilo. Porque hasta el mismo supervisor (el cura que dirían mis lectores paganos) viene con frecuencia a nuestra casa a tomar el té. Y viene vestido con su chaqueta de Armani, muy elegante, y una corbata de Versace. Tiene un reloj que parece de los caros. Y una camisa blanca impoluta y además van muy bien perfumado de modo que pregona las esencias mismas de nuestra fe en Jesucristo.
Bueno, el supervisor es muy fino, pero se atiborra de las exquisitas galletas danesas, que tienen ese delicado sabor a mantequilla, y que nadie ha sabido igualar hasta el día de hoy. Son tan buenas estas galletas, que mi mama las guarda bajo llave. Y solo las saca cuando viene una visita importante.
Digo yo que siendo un supervisor el Sr. Voleur debería ser más austero y comer menos galletas danesas, que se está poniendo gordo. Quiero decir que ya tiene una barriga que no se corresponde con la de un apóstol de Jehová. Ay! Perdóname, Señor, por criticar a mi supervisor en vano!
Resumiendo, mucho decir que vendamos el piano y siempre acaba pidiéndole a mi hermana que le toque los preludios. Si vendiéramos el piano ¿cómo iba mi hermana a tocarle los preludios? Mi hermana siempre le toca los preludios con gran devoción. Y yo veo clarito con estos ojos que al supervisor se la cae la baba, cuando ella le toca los preludios.
Mi hermana Elena y el piano
Creo que ya lo dije antes. Mi hermana Helena es pianista. Especializada en esas cosas finas, como Chopín y todo eso; se maneja muy bien con las patéticas, los nocturnos, los claros de luna, y todo lo demás. Pero también hace algunos intentos con unas piezas de Tchaikovsky, pero estas ya no le salen tan bien y se equivoca bastante. Pero es que a este Tchaikovsky hay que echarle de comer aparte.
Yo soy muy torpe con el piano y solo toco algunas tonterías. En casa, aunque somos muy cosmopolitas, el francés no lo hablamos, solo sabemos decir bon jour y comment allez vous. Le verdad es que por esta parte escasean mucho los franceses. De modo que sólo hablamos inglés y alemán que es nuestra especialidad.
A mi hermana le encanta tocar las cosas de Chopín. Se pasa mucho tiempo ejercitándose para terminar la carrera de piano; aunque yo creo que lo tiene muy difícil. Mejor sería que se dedicara a trabajar en la hostelería, pero mi mamá no quiere que deje lo del piano. Dice que una señorita no es nada si no sabe tocar el piano. En fin que tendremos una pianista en casa para mucho tiempo.
Las cosas de Mr. Johnson
Con frecuencia, sobre todo en invierno, viene a hospedarse en casa Mr. Harddik Johnson, de Newton Abbot, que eso queda por la parte de Devon. Según llegas por el canal de la Mancha, pues te queda a mano izquierda como si fueras a Portsmouth. Mr. Johnson siempre viene echando pestes de la humedad de su tierra como si en Mallorca no tuviéramos también la parte de humedad que nos toca. Le encantan los ventanales tan amplios que tenemos y dice que por ellos entra la gracia de Dios. Como la mayoría de los ingleses que nos visitan, Mr Johnson es pagano, o sea que no es de la verdadera iglesia de Dios.
Así que sabiendo que a nuestra casa vienen muchos paganos, el supervisor nos viene con chismorreos para ver si le saca a mi madre algún dinero. Dice que todo lo que sea que le demos a Dios nos será devuelto al ciento por uno. Y que esto es un interés mucho más alto de lo que ningún banco o fondo de inversiones nos puede pagar.
También nos dice que no nos conviene acumular riquezas ya que los hermanos murmuran de nosotros y dicen que somos ricos. La verdad sea dicha es que tampoco le hacemos mucho caso a todas estas habladurías. Pero el supervisor es muy sabio porque veo que siempre consigue que mi madre le dé algo de dinero con disimulo a la hora de marcharse.
Nosotros conocemos cuales son los gustos y caprichos de míster Johnson. Mi mamá le prepara el té al modo antiguo, como a él gusta. Nada de usar esas bolsitas horribles, dice. O sea que mamá se monta todo un ritual meticuloso para hacer el te, como si hubiera aprendido en una escuela de geishas de Kyoto. Primero calienta agua aparte solo para calentar la taza, luego echa el té verde en la taza y después le echa el agua caliente. No puedes usar cualquier clase de té con míster Johnson, pues solo toma el té verde Lung Ching, que cuesta a 4,00 $ dólares la onza. Este té prodigioso viene de una aldea del norte de China, llamada Lung Ching, que significa “el Pozo del Dragón”. Si mi mamá no encuentra Lung Ching, se coge un ataque de nervios y tiene que conseguir algún otro té verde. Como el Macha, que la lata de 11 onzas cuesta 55 dólares USA.
A Mr. Johnson le encantan también las galletas danesas de mantequilla. Luego de tomar el té, se echa para atrás en el sofá con delectación y estira un poco las piernas. Entonces mi mamá ve a Mr. Johnson está en posición contemplativa y le dice a mi hermana con voz cantarina:
–“¡Helena, querida! ¡Tócale los preludios a Mr. Johnson!”
Y a mi hermana, que ya estaba esperando este momento de gloria, se le ilumina la cara y parece un ángel venido del cielo.
Ella coloca su trasero en la posición correcta y le toca los preludios a míster Johnson con mucha ternura. Y uno puede ver como el míster inglés queda traspuesto con la melodía.
Y creo que no es para menos, pues los dedos de mi hermana son suaves como la seda y además… tienen la milagrosa virtud de estar siempre cálidos. Es una gozada cuando los sientes tocándote, como muy bien te puedes imaginar.
Mientras mi hermana va tocando los preludios, Mr. Johnson se queda en trance y entorna los ojos. Yo creo que el míster viene tanto a nuestra casa por lo bien que le tocan los preludios.
Las cosas de Mr. Haddock
Hay otro visitante viene mucho a nuestra casa, como dos veces al año. Tal es el caso de Mr. Peter Haddock de Salisbury. A él también le encanta tomar el té de las cinco, aunque le puedes echar cualquier té ordinario, pues le da lo mismo. O sea que mi madre le hace el té Earl Grey como si fuera lo mejor del mundo. Mr. Haddock no come galletas danesas; prefiere tarta de manzana que mi mamá hace muy bien con canela y pasta de jengibre. Y aunque a este míster también le gusta que le toquen los preludios, tiene una preferencia por los nocturnos. De modo que mi hermana, fiel al espíritu hospitalario y cosmopolita de la familia, se ha especializado con los nocturnos. Helena prefiere el nocturno de Chopín num. 9 pero es capaz de ejecutar otros.
Las consecuencias del Fin del Mundo.
Una de las cosas más encantadoras de mi casa, es que somos felices. Y lo somos porque somos cristianos de la verdadera fe. Y me deben perdonar que insista en esto. O sea que otras personas no son felices porque no viven en la fe verdadera como nosotros. La mayoría de la gente tampoco tiene un piano, ni un gato Cheshire. Y esto ayuda mucho a ser felices, aunque parece algo superfluo a otros hermanos en la fe con menos carisma y espíritu cosmopolita.
La gracia de pertenecer a la verdadera fe es que cuando llegue el Fin del Mundo, estaremos muy bien preparados, dándole las gracias a Jehová. Y todos los infieles se van a fastidiar y temblarán de miedo, pues serán arrojados al Gehenna donde sufrirán por toda la eternidad sin poder ver el rostro de Jesús, ni las caras felices de los bienaventurados. Estos bienaventurados, siento reparos el decirlo, seremos nosotros que viviremos una vida feliz en la tierra por toda la eternidad.
Y es que nosotros nos quedaremos aquí para siempre, disfrutando en calidad de bienaventurados. La tierra se quedará sin polución, sin pesticidas, ni herbicidas, ni pajaritos muertos. Y tampoco se morirán las abejas como ocurre ahora. Y todos los animales se volverán vegetarianos, por la gracia de Dios, como dice el profeta Isaías. Y para cumplir la profecía, el león pacerá yerba junto con las gacelas y las ovejas. Y las serpientes venenosas ya no inyectarán a nadie su veneno, sino que comerán solo los frutos que se caigan de los árboles. Y los adultos y los niños no envejeceremos nunca más; los niños ya no creceremos jamás, como le ocurrió a Peter Pan. O sea que todos se quedarán tal cual estamos ahora para mismo para siempre.
Eso significa que seremos todos muy felices. Imagínate a mamá por toda la eternidad diciéndole a mi hermano David, ¡Niño! Hazme el favor de quitarte el dedo de la nariz. Y mi hermano se quita el dedo durante veinte segundos, y cuando mamá no mira, va y se mete otra vez el dedo en la nariz. Las muchachas se pasarán la vida tonteando con los novios sin llegar nunca a nada, no solo porque sería un pecado de lujuria, sino por su falta de madurez y decisión, ya que no crecerán nunca jamás. Y se pasarán la vida con los novios en toda una eterna adolescencia. Y yo me veré a mí mismo, tal como ahora, metiendo la mano en el bolsillo del pantalón y jugando con la cosa que se me pone… pues ya se lo imaginan ustedes, porque ya tengo catorce años, y así me quedaré por toda la eternidad, con la mano en el bolsillo, dale que te dale. Y las mamás entrometidas le dirán al niño pequeño, ¡Pablo, hijo! ¡No te toques esa cosa esa que te va a crecer mucho! Y así las mamás se la pasarán tan felices recriminando a los niños por toda la eternidad. Y como ya no envejecerán, las mamás tampoco tendrían necesidad ninguna de parir más hijos y así tan ricamente por los siglos de los siglos. De modo que no tendrían que tampoco que preocuparse por la celulitis, ni las cartucheras; y no tendrán que hacer dietas imposibles para adelgazar, ni pagar una fortuna para hacerse una liposucción, ni nada de nada.
Luego está el problema este de la lujuria en los adultos. Y es que al señor no le gusta nada que la gente ande por ahí copulando por los prados floridos de Jehová. Pues no sé como se las arreglarán las parejas adultas y mucho menos las solteras. Creo yo que el Señor, en su infinita sabiduría, les dará como una hipnosis y les borrará la lujuria de la cabeza de un modo milagroso. Que la lujuria es una de esas cosas que le salieron mal a Jehová en el día de la creación. Pues justo después de haber inventado la lujuria cambió de opinión y se ha pasado todo el tiempo prohibiéndola con mucha perseverancia.
Por eso imagino que el Señor echará sobre los pastos un rocío de hormonas anticonceptivas para que las ovejas no se queden preñadas. De ese modo se evita que las bestias anden copulando descaradamente, pues luego sobreviene el exceso de natalidad de las bestias y se agoten los pastos. Y esto no debe ocurrir porque en las estampas ilustradas por nuestros artistas de Jehová se pintan los prados verdes del paraíso terrenal en toda su plenitud. Y estos nunca se agotan porque las nubes obedecen la voluntad del Señor y todos los días al anochecer llueve un poco para que la yerba se mantenga fresca y verde durante todo el año.
Y nosotros también seremos vegetarianos y comeremos yerba junto con los leones, las ovejas y las cabras; aunque no me veo muy bien en esa postura de cuatro patas por toda la eternidad. Por eso prefiero imaginarme que seremos como felices primates de Jehová y siempre estaremos comiendo frutas. De modo que algunos artistas de la iglesia verdadera nos pintan como si fuéramos una banda de felices chimpancés enganchados en las ramas de las higueras o los albaricoqueros. Eso sí comiendo y dando las gracias a Jehová por los frutos que nos proporciona su infinita sabiduría. Y los árboles no pararán de dar sus frutos durante todo el año y estarán así para siempre por los siglos de los siglos.
Como pueden ver, es una perspectiva feliz. Y es que tenemos una amnesia divina, de modo que uno no se acuerda para nada de los pecadores que están condenados a no ver el rostro de Jesús por haberles dado con la puerta en las narices a los pobres misioneros. Y es que estos no venían por capricho, sino por cumplir un mandato de Jehová de llevarles las noticias del evangelio de Jesucristo.
Un problema de apostasía
A todo esto debo confesar que tenemos un pequeño agujero negro en nuestra felicidad perfecta, con piano y gato incluidos. Me cuesta decirlo, pero ahí va. Y es que mi padre se hizo apóstata y ya no vive con nosotros. Ya no pertenece a la Iglesia verdadera de Dios. Yo no sé nada más de todo esto porque no he tenido oportunidad de preguntarle a mi padre sobre los motivos de su apostasía. Pero le pregunté el otro día a mi tío Federico, que tampoco es de la verdadera fe, por qué motivo mi padre se hizo apóstata. Y mi tío respondió: “¿Tu padre? ¿Qué dices de tu padre?” Y yo le digo, “que se hizo apóstata”. Y él me dice: “Déjate de gilipolleces, niño. No es apóstata ni gaitas. Lo que le pasa es que tu padre se enamoró de la secretaria, que tiene muy buena cama y veinte años menos que él. Por eso se fue de casa.”
Y digo yo que como es que mi padre, a su edad, y con esa calva que tiene y bastante tripa… “¿cómo se dejó llevar por un arrebato de la lujuria?” Pero mi tío dice que yo soy muy joven para entender estas cosas y lo mucho que mandan cuando uno se pasa de los cuarenta años. Por eso pienso yo que, por causa del adulterio, mi padre ya no podrá pacer la yerba fresca con nosotros por toda la eternidad en las praderas del Señor. Ya no podremos estar juntos en la misma higuera comiendo higos dulces, ni melocotones en almíbar, ni tartas de manzana con canela y jengibre. Me da a mí que no podrá. Pero no sé si esto de las tartas de manzana con canela y jengibre serán posibles en el paraíso terrenal que se lo tengo que preguntar al supervisor.
Bueno, mejor que no se lo pregunto. Pues igual me ataca por el pecado de mi padre y me recrimina diciendo: “Llevas el mismo camino que tu padre. El camino de la apostasía.”
Y nada más por hoy, querido lector.
Un día tocaré en la puerta de tu casa y te daré cuenta de las buenas noticias sobre Jesús el Cristo, pues has de saber que ha resucitado después de pasarse tres días muerto en el sepulcro.
Te deseo, querido lector, que un día puedas pastar yerba a mi lado, por toda la eternidad, en las dulces praderas de Jehová.
Hasta otro día.
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