EL CONTRATO

 

JIMMY LA FONTE

El contrato

   Hay un tipo llamado Günter que, todas las tardes, según sale de la oficina se pasa unas horas en el bar de Jon Swarztz. Le llaman el “escribano” pues escribe papeles. Tiene una letra muy fina, y escribe a mano instancias, solicitudes, discursos funerarios, y otros papeles de la vida cotidiana; como cartas de amor y de condolencias.

 Portable Typewriter
Hace poco, Günter apareció con un extraño maletín que resultó ser una máquina de escribir. Todos en el bar se quedaron con la boca abierta, pues nadie había visto una máquina de escribir tan de cerca.
—¿Qué es eso? –Preguntó Jon Swarztz.
—Esto es una máquina de escribir. –Dijo Günter con orgullo.
—¿Una… máquina de escribir? Le preguntó Dave.
—Sí. Una máquina de escribir.
—¿Y esa cosa… escribe?

—Claro que escribe. Bueno, la máquina no escribe. Es la persona experta la que escribe. La máquina solo es una simple herramienta en manos expertas.
—¡Oh!  Ya entiendo, − dijo Dave. — Es como un automóvil.
—Exacto. Las máquinas de la oficina son grandes y pesadas. Pero esta máquina… esta máquina es… especial.
—¿Por qué? − Dijo Dave.
—Porque es portátil.
—¿Portátil? ¿Y eso que quiere decir?
—Quiere decir que pesa muy poco y que se puede llevar en la mano como si fuera una pequeña maleta.
Günter colocó una tapa sobre la máquina y se quedó cerrada. La cosa tenía un asa como si fuera un maletín. Luego Günter se levantó y cogió la maleta en la mano e hizo un gesto como si fuera andando por la calle con un maletín.

—¡Oh! Pues se ve muy bien. —Dijo Dave. —Nadie diría que eso es una máquina.


Günter estaba orgulloso de poseer aquel artilugio moderno. Era una prueba de que la tecnología avanzaba imparable.  Luego, puso la maleta en la mesa, se sentó, le quitó la tapa y les hizo a todos una elegante demostración de la máquina. «Vengan acá y miren», dijo Günter.  Todos nos reunimos en torno a él para ver aquel prodigio mecánico.


Metió un papel dentro de la máquina y se puso a mover los dedos con gran velocidad. La máquina estaba toda llena de letras y los dedos del Günter iban tan rápidos que apenas podías verlos moverse.


Aquella demostración nos dejó a todos pasmados. Dave estaba muy cerca mirando, y las letras iban apareciendo de un modo mágico sobre el papel. Resultaba algo digno de verse. Cuando uno va a una oficina cualquiera espera un tiempo detrás de un mostrador, y ves a los oficinistas a cierta distancia escribiendo a máquina.  Esto era distinto.  Podías ver con tus propios ojos como funcionaba aquella maravilla mecánica.


Günter se detuvo y nos miró a todos con una amplia sonrisa.
—Con esto, hasta se puede escribir una novela. − Dijo Günter con orgullo.
A Dave le pareció que Günter era capaz de cualquier cosa con esa máquina increíble y eso excitó su imaginación.

Cuando volvió a casa, Dave no se podía quitarse la máquina portátil de la cabeza. Y de pronto se acordó de unos cuadernos que tenía en un baúl. Fue al desván para verlos. Eran unos cuadernos que le envió por correo su amigo Jimmy desde la isla de Tahití. Una isla que debía quedar muy lejos, en alguna parte del Pacífico.  Dave trató de leer los cuadernos y no pudo, pues se le nublaba la vista. No pudo leer esos cuadernos cuando llegó el paquete por la misma razón. Era una letra muy pequeña. Era probablemente una novela escrita por su amigo Jimmy.  Recordó vagamente que su amigo quería irse a Francia, y hacerse francés.  Y eso solo ya prueba su singularidad.  Pero Jimmy se fue sin decir nada y ya no se supo más de él hasta unos diez años más tarde, cuando recibió el paquete.
Dave pensaba que Jimmy estaba un poco loco pues soñaba con ser escritor. Y eso solo es dado a las grandes lumbreras, y no a un muchacho que vivía en la calle del carbón.  Muy bien llamada la calle oscura por todo el polvo de los numeroso almacenes de carbón que en esa calle había.  Un polvo negro cubría el suelo de la calle y las paredes de las casas. El nombre que tenía la calle oscura ya lo dice todo. Los obreros de las carboneras cargaban el carbón en carros y se iban por las casas repartiendo el carbón que la gente pedía.  Tantos cubos de carbón, tantas pesetas.  A pesar de criarse en la calle oscura, Jimmy tenía arranques de un loco soñador.  Y eso explica que quisiera hacerse francés.  Cómo si cualquiera criado en la calle del carbón tuviera algún derecho noble, como el hacerse francés, así por la buenas.   

Pasaron los años y Dave seguía muy liado con su fábrica de baldosas. El trabajo no le dejaba tiempo ni para respirar. Así que Dave le aconsejaba a todo el mundo que no pusieran una fábrica baldosas. Que se volvería loco de tanto trabajar.
Como digo, Dave estaba abrumado por el exceso de trabajo, y cuando le llegó el paquete inesperado se quedó un poco desconcertado. Era medio kilo de cuadernos escritos a mano, con letra pequeña, y no supo que hacer. En el paquete traía como remitente el nombre de Jimmy.  Ya casi le había olvidado del nombre y apellidos de su amigo. Le costó mucho leer el nombre de Jimmy. Dentro del paquete venía una carta, pero no pudo leerla pues al hacerlo se le nublaba la vista. Así que lo dejó todo en el desván pensando que un día tendría tiempo para comprarse unas gafas y leer aquellos cuadernos.
Dave se repetía con frecuencia que debía buscar tiempo para ir al oculista. Alguien le habían dicho que ese problema se llamaba de la vista cansada. En cuanto tuviera unas gafas podría leer los cuadernos de Jimmy.  Dave se sentía culpable por no haber leído los cuadernos de su amigo. Ahora, con la máquina fabulosa de Günter, trataría de hacer algo para compensar este olvido lamentable.
Así que una tarde cogió los cuadernos y se fui al bar de Jon Swarztz con la idea de ver a Günter.
Al llegar al bar, Günter se estaba exhibiendo con su máquina nueva.  Era un signo de la modernidad de los tiempos.  Máquina de escribir portátil.  Algo asombroso.  Günter deseaba escribir algo, pero no sabía el qué.  Se pasó toda la vida trabajando como ratón de oficina, escribiendo folios y más folios para el ayuntamiento.  Este trabajo le había dejado el cerebro muy deshidratado. Eso fue lo que Günter me dijo.   Igual no escribía pues no tenía nada que decir.

Dave echó el paquete de cuadernos encima de la mesa de Günter y le dijo:
—¿Cuánto me cobras por escribir esto a máquina?
Günter cogió un cuaderno y se puso a leer. Leía tan rápido que Dave se preguntaba, “¿cómo puede leer tan rápido este tío? Es increíble lo fácil que resulta leer cuando andas bien de la vista.” Günter cogió el segundo cuaderno y se puso a mirar. Luego le echó un vistazo al tercer cuaderno y al cuarto. Se limitó a echarles una rápida ojeada.  Cerró el último cuaderno y dijo,
—Esto no se puede escribir.
—¿Y por qué no? − Dijo Dave extrañado.
Dave estaba acostumbrado a aceptar tareas extenuantes casi imposibles de realizar.  Por eso se extrañaba de la negativa de Günter.
—Porque tiene muchas faltas de ortografía y carece totalmente de prosodia.
—¿Pro… qué?
—Pro-so-dia. Las faltas de ortografía las puedo corregir sin más, pero la cosa de la ‘pro-so-dia’… pues… eso no.  Eso son palabras mayores.
—¿Y eso, por qué?
—Porque la prosodia es un ingrediente muy “importante” en el arte narrativo.
—Bueno, pues eso… del asunto na-rra… narra… ti-vo… pues no lo hagas narrativo. Hazlo simplemente natural; como cuando hablas.  Me lo escribes con esa máquina… pero al natural.  No le pongas nada de pro…  ¿cómo se dice?
—Prosodia.
—Pues eso.  No le pongas prosodia.
—¿Lo quieres sin prosodia?
—Lo quiero al natural.
—¿Cómo que al natural? ¿Qué quieres decir?
—Al natural. Pues… según esté escrito.  No le pongas la cosa esa… tan rara que dices.  No le hace falta el narrativo que dices.
—Pero es que… Si no tiene prosodia… pues no se puede.
—¿Es que tú no tienes un poco de sodia de esa en tu cabeza?  Ponle un poco de la cosa sódica y ya está. Tú vas escribiendo y le espolvoreas un poco de sal sódica por encima al acabar la hoja.

cuadernos de Jimmy 5  Un cuaderno de Jimmy


—¿Qué dices?

—Échale un poco de eso. Como cuando le echas sal a las papas fritas.  O cuando echas alcaparras en la ensalada. Vas escribiendo las palabras de Jimmy y le echas un poco de la cosa sódica.
—No puedo hacer eso, Dave.  Porque no es ‘é-ti-co’.
—Déjate de leches. ¿Qué estás diciendo?
—La é-ti-ca no me permite hacer eso.
—Y ¿eso que quiere decir?
—Quiere decir que aunque yo quisiera… no es ético, Dave. Las cosas son como son. Si un escrito tiene su prosodia pues está muy bien. Pero si no la tiene… si no la tiene… pues no vale nada.
—Bueno, pues eso. Sí tú le echas un poco de ética sódica ¿quién carajo se va a enterar? Todo queda entre tú y yo. Yo sé guardar un secreto. No voy ir por ahí diciendo a todo el mundo, Günter me llenó los papeles de Jimmy echando polvos de soda.
—Eso no se puede hacer, Dave. Es algo que me compromete, ¿sabes?
—No te hagas el duro. ¿Cuánto quieres cobrar?
—Esto es muy caro, Dave.  Tengo que estar prosodiando todos estos cuadernos, de un modo meticuloso.  Le tengo que añadir altas dosis de ortografía.  Y son unos treinta cuadernos, que debo escribir con esta máquina tan pequeña.
—¿Y qué?
—Que eso lleva mucho tiempo.
—¡Cuánto cuesta, carajo!  Habla de una vez.
—Por tratarse de ti… y porque somos amigos… te hago un precio de favor.
—¡Cuánto!
—Te cobro 1 chelín.
—¡Joder! ¡Tantas vueltas por un puto chelín!  En cuanto acabes de escribir todos esos cuadernos, te pago el chelín y ya está. ¡Ah!  Y por ese precio… quiero que me lo llenes todo bien de los polvos sódicos.
—No has entendido nada, Dave.  Eres duro de mollera.
—¿Cómo? ¿Que soy duro de mollera? ¿Por qué?
— Me tienes que pagar un 1 chelín por cada folio.
—¿Por cada qué? ¿Qué es eso del follo?
—Se dice folio, Dave.  Un folio es una hoja, Dave.
—¡Una hoja! Una hoja.  O sea ¿qué solo es una hoja?  ¿Y por qué no hablas claro?  Si se dice hoja, pues se dice hoja.  No me andes jodiendo con palabras raras.
—No son palabras raras, Dave.  Son palabras normales en una oficina.
—Un oficina. Bueno, pero esto es el bar de Swarztz, ¿no?
—Sí, Dave. Este es el bar de Swarztz.
—¿Cuánto cuesta eso?
—Es un chelín por cada hoja, Dave.
—¡Tú estás loco de atar!  ¿Te crees que soy banquero?”
—Es que hay que echarle mucha prosodia a esos escritos.

 David con gafas nuevasDave con sus gafas nuevas —Bueno, pues pon un precio más ajustado y échale solo una pizca de eso que dices. Que este libro no es para enseñárselo a nadie.  Solo voy a leerlo yo en cuanto me compre las gafas.
—¿Qué?
—Que tengo que ir al oculista, pues no veo bien.
—¿Entonces? ¿Para qué carajo quieres esto? ¿Solo lo vas a leer tú?
—Claro. Lo hago en memoria de un amigo. El pobre Jimmy quería ser escritor.
—¿Y que le pasó? ¿Se murió?
—Se fue al otro mundo. Ahora vive en el paraíso.
—O sea que se murió.

—¡Qué no, joder! ¡Qué no se murió!
Dave se quedó dudando un momento.
—Bueno, igual sí. Por esos mundos de Dios te mueres con nada que te den unas fiebres.  Pero, prefiero pensar que Jimmy está vivo, en un paraíso tropical.  Me lo imagino todo el día…
—¿Todo el día que?
—Pues que estará todo el día dale que te dale.
—¿Qué es eso?
—Dale que te dale con alguna nativa.
—¡Oh! Pues ese Jimmy tiene mucha suerte.  Por esta parte del mundo las nativas… pues me parece a mí que lo del dale que te dale… pues más bien poco y de mala gana.
—Bueno. Escríbeme eso. Es en memoria de un amigo. Quiero verlo… en forma de novela.
—Sí, claro. En forma de novela.
—¿Sabes que yo leía mucho?  Cuando era joven, claro.
—No me habías dicho nada.
—Es que tengo un trabajo que embrutece mucho. Los músculos se te ponen fuertes pero las cosas esas que hay… dentro del celebro, pues eso se embrutece.  Mira como tengo los músculos del brazo.
Dave mostraba su brazo derecho para que le palpara los bíceps en tensión.  Pero, Günter no hizo el menor gesto de interés por los bíceps de Dave.
—¡Palpa, palpa! —Dijo Dave. –Quiero que veas que estoy macizo.
Günter le palpó los bíceps a Dave de mala gana. Solo para no perder un cliente.
—Tanto trabajo me ha dejado mal de la vista.
Hubo unos segundos de silencio. Y Dave le dijo,
—Jimmy quería escribir una novela y me mandó esos cuadernos. Era un gran aventurero. No te puedo decir más.
—Debía ser un tipo interesante.
—Bueno, ajústame bien el precio y empieza a escribir.
—Ajustar el precio, ¿dices?  Esto no se puede hacer, Dave. Piensa que existen los sindicatos.
—¿Los sindicatos? ¿Qué pintan aquí los sindicatos?
—Tuve que sacrificarme mucho para estudiar el bachillerato.  Pasé muchas noches sin dormir para aprobar los exámenes y luego la reválida.
—Yo te comprendo, Günter.  Estudiar fatiga mucho.
—No solo fatiga. Tienes que atiborrarte de café y anfetaminas, ¿sabes?  Para no quedarte dormido.  Estudiar fue un trabajo horroroso.
—Estoy de acuerdo. Todos hemos sufrido mucho en la vida.
—Es que los ignorantes no sabéis lo felices que sois.
—¿Eh?  ¿Me estás llamando ignorante?
—No te ofendas.  Los trabajadores del músculo tenéis la cabeza muy sana.  No padecéis de migrañas, ni paranoias, ni de complejos de culpabilidad, ni ataques de ansiedad.  Eso… por no mencionar el insomnio.
—¿Qué?
—El insomnio me está matando, Dave.  Solo los ignorantes sois felices.
Dave se quedó un poco amoscado con este discurso.
—¿Me estás llamando ignorante otra vez?
—¡Oh, no!  No me hagas caso. Solo es una metáfora.
—¿Y qué es eso?
—Eso es… una palabra latina.
—Bueno, pues ¿qué decías?
—Digo yo que… para decirlo claro, si alguien se entera… si el sindicato se entera… que cobro tan bajo, me voy a meter en un lío.  Hasta me pueden echar de la profesión.
—¡Venga ya! ¡Déjate de cuentos!  Con la de cervezas que te he pagado, ¿y ahora me vienes con ese cuento?  Tienes que hacerme un descuento por encargos al por mayor.  Esto no es lo mismo que un tío que te pide que le escribas una instancia para pedirle algo al ayuntamiento.  Este es un verdadero encargo de mayorista.
—No se pueden hacer descuentos, Dave. Eso va contra la ética. Si se entera el sindicato…
—¡Pues vete a la mierda!
Dave recogió las libretas con irritación y empezó a salir rápido.
—¡Espera! ¡Déjame que te explique!
—Vete al carajo, chupasangres.
Günter se fue detrás de Dave.
—Hombre. No te enfades. Lo de ignorante era una metáfora.
Dave ya estaba saliendo a la calle y Günter le agarró por un brazo.
—Espera, Dave. Ven adentro.
Dave siguió andando. Günter lo sujetó y le dijo,
—Para, hombre. ¿A dónde vas con tanta prisa? ¿Por qué abandonas las negociaciones?
—Yo no tengo paciencia para esos parloteos.
—Escucha, Dave.  Vamos de vuelta al bar.
Günter le echó el brazo por encima del hombro a Dave y lo llevó de vuelta al bar. Por el camino, se detuvieron un minuto y antes de entrar Günter le dijo al oído,
—Por ser tú, solo te cobro solo 5 peniques por folio. Ni uno menos.
—¡Pero eso es mucho!
—No es mucho, Dave. Más bien es poco. Además, los folios son caros. Piensa que todo esto se hace por triplicado.
—¿Qué es eso?  Dices unas palabras que… asustas.
—Triplicado es que se escriben tres hojas a la vez.  Una es de papel grueso, y luego se le ponen dos hojas finas de papel carbón y dos hojas finas, llamadas de papel cebolla detrás.  Piensa que si solo haces una copia de esta historia y se te pierde, la has cagado.
—¿Qué?
—Dave, piensa que con una vez que yo lo escriba vas a tener tres ejemplares de esa historia.
—¿Tres ejemplares? ¿Y eso que quiere decir?
—Tres copias.
—Bueno, eso ya es otra cosa. ¿Cómo es la palabra esa que dices? ¿Trimpi… qué?
—Tri-pli-cado, Dave.
—Tri-pli-cado. Joder con la palabrita. Bueno, pues me gusta.
Dave paladeó esa extraña palabra, la repitió en su mente, y pensó que a Jimmy le hubiera gustado saber que su historia se estaba escribiendo por tri-pli-ca-do. Dave se acordó de que a Jimmy le encantaban las palabras bonitas.  Triplicado.  Seguro que a él le gustaría esa palabra.  Pues era una palabra rara.
—Bueno. Pues si lo haces por tri-pli-cado… pues vale.  Eso está bien. A cinco peniques la hoja, que se dice follo.
—No es follo. Follo es una palabra obscena.  Se dice folio.
—Pues, eso. Un follo por triplicado. Está bien.
Dave estaba contento al saber que las hojas se llamaban folios.  Parecía una palabra interesante.  A Jimmy le gustaría esa palabra, folio, pues soñaba con ser escritor.  Y si uno quiere ser escritor debe saber decir palabras raras como folio.
—Pero te tengo que poner una condición. No le digas a nadie que te lo he puesto tan barato. Si alguien te pregunta, le dices que me pagas 1 chelín por cada hoja.
—Trato hecho. ¿Cuándo vas a empezar?
—¿A donde vas con esas prisas?  Dame 1 chelín para comprar papel.
—No me tomes por un primo, Günter. Página escrita, página pagá.
—Pero…
—Si te hace falta el dinero, ya puedes empezar a escribir. Además, tú eres rápido como el rayo escribiendo.


Así fue como empezó todo. Günter iba escribiendo hojas y Dave se las iba pagando.
Dave buscó tiempo para ir al oculista y se compró unas gafas. Según Günter le iba entregando los papeles a Dave se los iba pagando. Y con sus nuevas gafas, ya podía leer las historias de Jimmy que eran para él algo que le recordaba el pasado.  Un poco de cuando iban a la escuela.  Pero tenía que leer poco a poco, pues ya casi no se acordaba de leer.  Ya habían pasado unos doce años que dejó el colegio.  Y no había vuelto a leer nada desde entonces.  No hacía sino trabajar, trabajar, en aquella fábrica de baldosas.  O sea que tenía que leer el libro poco a poco. Tenía que acostumbrarse a leer, como si hubiera vuelto a la escuela. Y además era una historia muy larga. Al leer las palabras de Jimmy se sentía como si hubiera vuelto a los tiempos de su juventud. Algunas de las aventuras que contaba Jimmy le hicieron sentir envidia.


Días después se fue al bar para ver a Günter escribiendo la novela.

vaso de cerveza
Dave tomando una cerveza


Dave pidió una cerveza, y desde la banqueta de la barra contemplaba a Günter que tecleaba como una auténtica máquina automática. Y al ver la celeridad de sus dedos, Dave estaba asombrado. Realmente se merecía los seis peniques que cobraba por cada folio.  Era algo asombroso verlo.  Una cosa muy automática.
Yo creo que la habilidad de Günter escribiendo era… una maravilla de la naturaleza. Algo digno de verse, pero nadie le da la menor importancia al asunto.  Es como si David ya hubiera nacido ya así, con ese don, y no tuviera la menor importancia.  Un poco como que si naces con una mano de seis dedos, o si naces cojo o ciego.  Nadie le da menor importancia.

chimp escribiendoChimpancé escribiendo a máquina

Si en el lugar de Günter tuviéramos a un mono peludo escribiendo a máquina de esa manera, estaríamos pasmados del asombro. Pero como Günter no es otra cosa que un ser  humano, pues no le damos la menor importancia.  Y es que razonamos con mucha mezquindad. Es como si dijéramos ¿dices que Dave escribe muy rápido a máquina?  Bueno, ¿y eso qué?
No deberíamos menospreciar a Günter y su maravillosa habilidad escribiendo.

 prueba violinista


Al verlo me acuerdo de un violinista vagabundo que viene a veces al bar. Nos toca una pieza y luego nos pide algo de comer, una cerveza o un vaso de vino.  Algunos son tan tacaños que no le dan nada.  Hay gente increíble en este mundo.
Bueno, también hay gente que no se asombra de ver tocando a un violinista. Y esto de tocar un violín realmente es un milagro, según pude constatar un día cuando el violinista me dejó el violín y me dijo, «ahora toca tú algo.»
Cogí el violín en mis manos, y no salía otra cosa que unos ruidos horribles.

Todos en el bar se echaron a reír cuando me oyeron tocar.  Era de verdad una vergüenza.  Desde entonces aprecio lo que vale un violinista, aunque solo sea mendigo o vagabundo.
Dave se bebía una cerveza mientras Günter tecleaba como un poseso.
—¡Dave!  ¡Págame una jarra de cerveza!  —Gritó Günter desde la mesa.
—¡Marchando! —Respondió Dave.
Luego miró a Jon Swarztz y le dijo,
—Ponle una jarra al pobre Günter, Jon.  Está trabajando mucho.
Jon se puso a llenar la jarra de cerveza para Günter.

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